viernes

Del amor a la decepción



Cecilia estaba casada cuando la conocí. Yo lo sabía, pero no podía evitar que me gustara. Cada día que pasaba sufría más y más… Trabajaba conmigo y la veía todos los días, era guapa, divertida, un encanto de persona, de las que siempre tienen una sonrisa en la boca, ni una mala cara, siempre educada.

Y sí, yo sabía que estaba casada, pero me gustaba muchísimo y cada vez más. Solíamos hablar algo en la hora del café, era el único momento en el que podía acercarme a ella, para mí era bastante duro saber que no podía pasar de ahí… Pero no conseguía sacármela de la cabeza.


Un día tuvimos una cena de empresa. Bueno, ya sabéis que en este tipo de reuniones uno bebe más de la cuenta, se olvida un poco de todo… Pues eso fue precisamente lo que me pasó. Me atreví a acercarme más a ella, a hablar con ella de una manera diferente, coqueteé bastante con ella, la saqué a bailar, me dejé un poco llevar, pero lo más sorprendente de todo fue su reacción: respondía positivamente a todo. Tanto fue así que al día siguiente tenía un mail suyo preguntándome si quería tomar un café con ella.

Me puse muy nervioso. El mail no daba a entender nada “raro” pero normalmente se nota cuando están por ti o bueno, no sé, que yo notaba algo por parte de ella y eso me hacía estar muy nervioso, pensé: “Óscar, dónde estás metiendo…”. Pero era ella la que me estaba diciendo de tomar algo, no yo, con lo cual pensé que tampoco pasaba nada “malo” por aceptar, si es que además era un café.

Cecilia y yo nos liamos. Empezamos una relación y yo me volví absolutamente loco. Estaba totalmente a su merced, pero totalmente. Podría haber hecho conmigo lo que hubiera querido, pero lo que hizo “simplemente” fue quererme. Y sí, estaba casada, y sí, no está bien, pero yo en ese momento de locura e incluso egoísmo solo pensaba en que el “problema” lo tenía ella, no yo, y que si ella quería estar conmigo yo quería estar con ella en cualquier condición.

Lo que pasa es que no es nada fácil y menos si te enamoras. Los dos lo estábamos (su matrimonio no funcionaba y ella no estaba enamorada de su marido, lo de siempre, cariño, rutina, comodidad, pero no amor) pero de mí sí se enamoró y juntos éramos muy felices. Pero de esa manera no podía ser y menos cuando yo empecé a necesitar más de ella, en el sentido de querer tener una relación normal, de poder salir a cenar juntos, pasear, irnos de vacaciones, esas cosas normales que hacen las parejas, no vernos a escondidas sólo cuando ella sacaba un rato a solas. Empezó a no ser suficiente aquello y fue lo que lo estropeó, porque Cecilia, aunque me quería y quería estar conmigo, fue una cobarde y nunca dejó a su marido. Eso a mí terminó por decepcionarme tanto que fui yo el que puso fin a aquella historia. Si tanto me quería tenía que haber sido capaz de estar conmigo, y si no lo hizo a veces pienso que no me querría tanto.

Lo he pasado muy mal aunque no me arrepiento de nada, porque lo que viví con ella no me lo quita nadie. Pero siempre llevaré conmigo esa tristeza de pensar en qué podría haber sido. Es una pena.

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